jueves, 27 de agosto de 2015

5 cosas simples que las mujeres evitan por miedo al acoso

5 cosas simples que las mujeres evitan por miedo al acoso

En México, cada dos horas tres mujeres sufren una violación, esto según las cifras oficiales que informan 15 mil denuncias de abuso por año. Sim embargo, resulta complicado estimar la “cifra oscura” de denuncias que no se llevan a cabo por miedo, amenaza o vergüenza. Con esta barbaridad de noticia es imposible negar la cantidad de acoso (oculto o descarado) que tienen que soportar las mujeres a diario.
mamacita
Esto se hace más evidente en el transporte público con infinidad de hombres sucios que toman fotos de los escotes, traseros y ropa íntima, hombres que rozan, manosean y frotan sus partes nobles con las mujeres desprevenidas. Además del acto abusivo en sí, los acosadores suelen subir sus “hazañas” a Internet para contar sus “logros del día”.
Incomoda e indignada, reflexioné un poco sobre esta situación tan absurda y sobre todas las pequeñas cosas que nosotros, las mujeres, hemos dejado de hacer en nuestra vida diaria por temor a sufrir algún tipo de acoso – como estar tranquila dentro de un vagón de tren, por ejemplo. El problema es que la mayoría de las mujeres ya escucharon suficientes historias como para saber que cualquier acoso, por mínimo que este sea, además de ser una ofensa y agresión, puede terminar convirtiéndose en una violación. Por eso es que evitamos al máximo cualquier comportamiento que pueda dar margen a algún tipo de libertad por parte de los hombres en la calle. A su vez, esto termina privándonos de algunas pequeñas y simples libertades. Entiende, no es que no podamos hacer estas cosas. El gran problema es el miedo a lo que pueda suceder si las hacemos. Es por eso que, en la mayoría de los casos, una mujer se lo piensa muchos antes de hacer cosas tan simples como…

Ser simpática con los hombres desconocidos.

En la mayoría de los casos, no sucederá nada si saludas a aquel tipo que siempre te encuentras durante tu caminata diaria con el perro, o al intendente que siempre está barriendo la avenida cerca de tu casa. Casi siempre, ellos van a responder “buenos días” y volverán a sus actividades. Sin embargo, alguna vez, en respuesta a tu buena educación, recibirás una mirada lasciva, o una sonrisa traviesa, o un “buenos días” cargado de energía sexual contenida. Y por más inofensivas y despistadas que puedan ser estas reacciones, siempre terminan asustando y haciendo que las mujeres aceleremos el paso.
Esta es tu cara cuando sabes que te equivocaste al ser amable.
Esta es tu cara cuando sabes que te equivocaste al ser amable.
Cuando esto sucede con frecuencia, comienzas a preguntarte si vale la pena ser simpática. Yo no logré dejar de tener simpatía con los extraños que siempre me encuentro en la calle, pero siempre me rodea una cierta aprensión y, muchas veces, tras una rápida evaluación del individuo simplemente termino ignorándolo. Llegué a vivir cuatro años en un sitio sin jamás saludar a un grupo de taxistas que se encontraban por donde pasaba todos los días, por qué un día vi a uno de ellos lanzar una mirada lasciva a una mujer que pasaba con una minifalda mientras le comentaba groseramente a su colega de al lado. Mi novio de aquella época siempre los saludaba con familiaridad. Pero yo perdí la práctica y las ventajas de buena vecina por miedo (y enojo). Parece poco, pero es una pequeña libertad que se va y la gente ni siquiera se da cuenta.

¿Eres de los que gusta abusar de las mujeres en el metro? Bueno, a mí me gustaría empalar a los pervertidos en estos largos y astillosos trozos de tronco, pero eso no significa que pueda, ¿cierto?
¿Eres de los que gusta abusar de las mujeres en el metro? Bueno, a mí me gustaría empalar a los pervertidos en estos largos y astillosos trozos de tronco, pero eso no significa que pueda, ¿cierto?

Salir de casa vistiendo lo que quieras.

Hace mucho tiempo que luchamos por el derecho a vestir lo que se nos venga en gana, pero parece que siempre perdemos la batalla. Y siempre es el mismo discurso: “por supuesto que el sujeto te toqueteó. ¡Mira cómo vas vestida!” El discurso ofende y limita, pero duele aún más tener que aceptar que aparentemente los hombres son animales sin control – con el aval de la sociedad. Por supuesto que tenemos que luchar por nuestros derechos y por supuesto una falda corta jamás tendría porqué justificar una violación. Las violaciones seguirían sucediendo aunque dejáramos de vestirlas.
piropo acoso sexual
Cuando estaba en la universidad, solía utilizar los atuendos que quería para ir a lugares sin ningún tipo de remordimiento. Sin embargo, cierto día, mientras esperaba el autobús en un punto altamente transitado del centro del D.F., usaba una minifalda en pleno sábado a medio verano, cuando sentí que alguien me observaba. Cuando busco instintivamente al dueño de la mirada, cuál fue mi sorpresa al encontrar a un sujeto sentado en un pequeño muro tras la parada de autobús, mirando fijamente hacia mí y agitando con vehemencia su mano entre la entrepierna. Aquello me ofendió y me enojó tanto, que jamás volví a usar falda o short en el autobús o en el metro. Era otro pedacito de mi libertad que estaba perdiendo sin darme cuenta. No es que crea que yo provoqué aquello con mi minifalda, pero simplemente no quiero volver a pasar por eso otra vez.

Mandar al diablo a un hombre insistente

… por más grosero que el piropo haya sido. Resulta muy común en las fiestas o en los antros que una mujer sea acorralada por algún tipo necio, o que tengas que lidiar con algún asqueroso que piensa que deberías agradecer por el hecho de que haya escogido tu trasero para pasar su mano. Es más común aun ver al individuo sorprenderse repentinamente, ofenderse y ponerse agresivo cuando no muestras agradecimiento por la atención que te está dando. Básicamente, el tipo se convierte en un tipo de macho súper dominante que todo lo puede.
pepe le pew
En la adolescencia tuve el infortunio, en una fiesta, de ser perseguida toda la noche por un sujeto molesto que no aceptaba mis negativas educadas. Cuando me irrité hasta el punto de gritarle a este hombre que me dejara en paz, fui bombardeada por una serie de oraciones agresivas y obscenas, tanto por parte de él como de sus amigos que se reunieron en defensa del “agraviado”. ¡Entonces lárgate, vaca frígida! Entre otras frases ofensivas de su repertorio. En otras ocasiones, observé el mismo tipo de payasadas sucediendo con mis amigas. Y a medida que fui creciendo, me di cuenta que ese era el tipo de cosas que invariablemente sucedía con todas las mujeres y que en algunos casos podía alcanzar niveles realmente violentos.
cachetada
Poco a poco, mis amigas y yo fuimos entendiendo las dinámicas de las interacciones en una fiesta y aprendiendo a no terminar la noche sintiéndonos como un montón de excremento. Aprendimos a nunca andar solas. Inventamos gestos que deberían servir como señal para pedir refuerzos de las otras, en caso de que algún hombre inoportuno no fuera bienvenido. Inventamos nombres y números de teléfono falsos para dar a los hombres necios, para que se fueran sintiendo que ganaron algo. Básicamente, para que no nos agredieran física o verbalmente. Hoy en día, hago todo esto sin pensarlo. En lugar de directamente mandar al diablo al sujeto que me acorrala a la salida del baño, administro la situación y lo mando discretamente al carajo.
Sonrió gentilmente, me desengancho y anuncio que me están esperando para en seguida ser rescatada por dos amigas fieles que ya están cerca del lugar. Tal vez él bajaría los humos si yo fuera más incisiva. Quizá. Pero no quiero correr el riesgo de ser golpeada o agredida o forzada a hacer alguna cosa. No quiero volver a pasar por eso otra vez. Por eso es que uso estrategias y me veo obligada a sonreír con falsedad y a esquivar cuando en realidad estoy enojada y amedrentada. Yo y un batallón de mujeres. Es otra pequeña libertad que se va.

Mirar cuando alguien te llama en la calle

Parece realmente estúpido, pero recientemente mi esposo me comentó que debo andar realmente distraída por la calle, pues su tía, que había pasado cerca de mí dos veces aquella misma semana, me habló y no atendí al llamado. Al comienzo me quedé pensando en que debía estar realmente distraída y me sentí un poco mal por haber sido tan antipática. Pero comencé a profundizar sobre el hecho y llegué a la conclusión que nunca regreso a ver cuando alguien me silba, no me llama por mi nombre o me toca el claxon. Busqué entre mis recuerdos y logré entender por qué sucedía esto. Simplemente por qué, cuando alguien te llama en la calle, las posibilidades de que sea alguien que realmente conoces son mínimas, comparadas con las posibilidades de que sea un pervertido cualquiera con algún piropo obsceno en la punta de la lengua.
mirada pervertida
Entonces nunca regreso a ver, corriendo el riesgo de parecer extremadamente antipática para algún conocido. Yo y un batallón de mujeres más. Es otra pequeña libertad que se pierde y la gente ni siquiera se da cuenta.

Conversar con los trabajadores de la construcción en la calle

Bueno, esto es un tanto extraño, pero paso a explicar. Siempre me intrigó mucho el hecho de que mi esposo sepa tantas cosas en relación con las herramientas, construcción, plomería, instalación eléctrica, mecánica – en fin, todo lo que típicamente se considera como “cosas de hombres”. Él tiene más o menos la misma edad que yo, educación e intereses muy parecidos, pero por algún motivo sabe mucho más que yo sobre cómo funcionan todas esas cosas. Un día, después de enseñarme algo particularmente absurdo sobre la reparación de algunas tuberías en la casa, terminé por explotar: ¡Cómo es posible que no sepa eso! ¿Dónde rayos lo aprendiste? Se detuvo a pensar un poco y me dijo: ah… yo siempre pregunté todo. Ya sabes, a los tipos que trabajan en la construcción. Cuando construyeron todo un edificio, yo tenía la obra al lado de mi oficina y durante mucho tiempo iba a echar un vistazo de vez en cuando…
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Por supuesto, sé muy bien que no es el caso de todos los hombres, y sé muy bien que no conozco casi nada de esas cosas por falta de interés y al mismo tiempo porqué esas cosas siempre se consideraron de interés masculino y yo soy mujer. Pero su respuesta me intrigó. Porqué si yo tuviera interés en cómo se hace la construcción de un edificio yo procuraría saber más mediante el Internet o los libros. Nunca iría a entrometerme en una obra cerca de casa. Eso porqué nosotros, las mujeres, tenemos un miedo patológico a los empleados de las obras. Y eso se justifica por años de asedio verbal de estos trabajadores que todas tuvimos que escuchar desde el momento en que nuestros senos comenzaron a brotar bajo el uniforme escolar. Las mujeres simplemente no pueden pararse en medio de la calle e intercambiar una conversación con un maestro de obra sobre el mejor tipo de material para aquella construcción. No es que crea que una conversación así sería imposible. Pero no puede dejar de pensar: ¿y si cree que tienes otras intenciones? ¿Y si sus compañeros hacen algún comentario desagradable? Mejor no arriesgarse. Es otra pequeña libertad, de hablar con quién sea sin miedo, de buscar información, de hacer amistades con personas diferentes – todo eso se pierde, entre tantas otras pequeñas libertades que se van todos los días sin que la gente se dé cuenta.

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